sábado, 20 de noviembre de 2010

"El empresario silencioso"

Un emprendimiento cultural. Alexander Sabino es un joven mimo con  mucho que contar. Nunca imaginó que un poco de crema blanca en su rostro desencadenaría un mundo lleno de magia e ilusión. Un mundo al cual ha sabido sacarle el máximo provecho.

El silencio es una moneda de cambio que no todos pueden poseer. Una enorme sonrisa se dibuja en un rostro exageradamente blanco y un par de ojos saltones nos recuerdan con su calidez que la palabra sobra cuando de expresarse se trata. Pero ¿qué es lo que sucede cuando ese voto de silencio que asumen los mimos se cotiza mejor que el oro en el mercado peruano?

Alexander Sabino, un joven mimo de 30 años, podría responder a esta pregunta, pero romper el mutis en el que se ve inmerso sería poco más que un sacrilegio artístico. Es por ello que antes prefiere remover de su rostro la crema blanca, que da luz a su otro yo (quizá para no ofenderlo), y así recién empezar a contar lo que fue la historia de su éxito. 

Tras estudiar tres años en la escuela de comunicaciones Charles Chaplin y con solo un taller de mimos encima, Alexander no dudó en tomar por asalto las calles de la ciudad y convertirlas  en pequeños escenarios ambulantes. Todavía recuerda con cariño El Averno, un conocido bar del Jr. Quilca en el Centro de Lima, donde su silencio se hizo sentir en innumerables oportunidades.
“Es un lugar increíble donde van metaleros y poetas. Recuerdo que lo primero que recibí como mimo fueron S/.5. No era mucho, pero esa gente sí que sabía apreciar mi arte. Fue allí de donde nos jalaron para ir a universidades y a eventos”, relata.

Alexander se empezó a hacer conocido en el medio artístico. Era hora de crecer, y junto a dos amigos tocó las puertas de diferentes centros culturales y, a diferencia de lo que pensaron, estas se abrieron de par en par.  La pantomima se volvía más popular y con ella los jóvenes mimos.
La demanda artística no dejaba de crecer y en el 2002 Alexander pensó que ya era hora de crear su propia productora. Fue así que su casa en Comas pasó a convertirse en la empresa Arlequín & Colombina, un mágico lugar, donde convive con su familia y ensaya con sus ocho amigos que laboran junto a él.

El fruto de la formalización
Nunca imaginó que al formalizar su arte multiplicaría sus posibilidades y también sus contratos. Las solicitudes empezaron a llover y empresas del tamaño de Ripley, Alicorp o Scotiabank (por mencionar solo algunas) requerían con más frecuencia sus servicios.
Ya no solo era la pantomima, pues el staff de jóvenes actores que había logrado juntar en el cono norte le permitió ofrecer estatuas humanas, malabaristas, magos, payasos, zanqueros, entre otros coloridos personajes. Las cosas no podían ir mejor para este empresario silencioso, pero él sabía que aún faltaba algo.

En un atisbo de nostalgia, Alexander admite que tantos eventos empresariales han mellado el espíritu del actor, que sabe vivir del aplauso y la sonrisa (pero de eso no se come). Por eso tampoco deja de participar en cuanto festival de mimo y teatro se le presente, según dice, para mantener vivo aquello que llama el arte por el arte. 


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