lunes, 30 de agosto de 2010

"Logrando superarse con la creatividad sanguchera"

Ingenioso. Humberto Roque es un puneño que creó el carrito sanguchero reciclando una combi. Llegó de Puno en 1993 en busca de chamba. En Lima vendió caramelos y marcianos. Dieciocho años después se convirtió en un sanguchero que abrió una importante veta en este negocio.

Mayo del 93. Sobre la isla de pavimento se levanta una carretilla modesta y Humberto Roque, con 17 años, a su dirección. Parece perdido. No conoce de hamburguesas, cremas sabrosas ni mucho menos de atención al cliente. Pero es hacendoso. Lleva puesto un mandil blanco y una especie de “la toque blanche” sobre su cabeza cual chef consagrado, que sus neófitos clientes pudieron reconocer enseguida. ¡Es el sombrero de Guilligan!, exclaman asombrados

Desde entonces, este menudo joven es conocido como el famoso personaje de la televisión norteamericana de los años setenta. Y aunque no viajó con el SS Minnow (el pequeño barco de la serie) lo hizo en bus interprovincial desde Puno hasta la capital. 

Hoy, con 35 años, Humberto Roque es dueño de la empresa Sánguches Guilligan.

Todo nace de la necesidad
Humberto vivía en las faldas de un cerro en un pueblito llamado Santiago de Pupuya. Era de condición humilde. Su madre, analfabeta, se dedicaba a la agricultura. Su padre, en cambio, al alcohol. Sin dinero ni oportunidades en Puno, Humberto apenas terminó el colegio y viajó a Lima en busca de trabajo.

Así, empezó con la venta de caramelos en los buses. “Ojos azules, no llores, no llores, ni te enamores”, cantaba mientras rasgaba con un peine la textura corrugada de una lata de leche. Después, entró al negocio de los chupetes de hielo. Pero cuando el sol se fue se encontró sin trabajo. “¿Qué hago ahora?”, se preguntó.

Afortunadamente, gracias a su hermano mayor, pudo concretar una idea: vender sánguches. Y, ¡oh sorpresa! El carrito sanguchero que compraron no era como lo imaginaba Humberto. No tenía motor ni timón. Por el contrario, era una carreta con rueditas que debía empujar. Pese a la decepción, siguió adelante. ¿El lugar elegido? La primera cuadra de la avenida Nicolás Arriola. Solo ocho hamburguesas vendió la noche del debut.

Pensar en el cliente
Una vez que aprendió los trucos del negocio todo fue mejor. Pese a los obstáculos de la formalidad y a la envidia de la competencia su clientela se expandió y vendía alrededor de 50 sánguches diarios. Ahorró durante doce años y en el 2005 hizo suya su visión de carrito sanguchero: Se compró una de esas combis antiguas y adaptó en ella una cocina sanguchera.

El éxito empezó a sonreírle. A la fecha vende alrededor de 1,500 hamburguesas todos los días, cuenta con cinco unidades móviles en Lima y una exclusiva para eventos. Su empresa –próxima a cumplir los 20 años– está conformada por 25 personas dividas en áreas como gerencia comercial y producción.

Por si fuera poco, ganó el premio de Inca Kola “Peruano Creativo” el 2008. De esta manera, continuó cosechando logros a nivel profesional y también personal. ¿Cómo lo hizo? A base de perseverancia, coraje y, sobre todo, pensar en su cliente como si se tratara de él mismo. Calidad, buen gusto y una excelente atención, eso lo hallamos en su negocio.

La historia de Humberto es otra exitosa historia empresarial, gracias a su creatividad y su persistencia pudo superar las trabas que se le presentaron a lo largo del camino de la vida. Supo conquistar a los clientes con sus ricas hamburguesas, siendo ésto un aspecto importante ya que le permitió formar su pequeña empresa y así contribuyó con el desarrollo del país.

domingo, 29 de agosto de 2010

"Marino y su dulce éxito"

Emprendimiento. La historia de Marino Pareja, propietario de la pastelería Cosmos. Marino Pareja supo cómo ganarles la batalla a los momentos difíciles de su vida y ahora es dueño de su propia empresa. Quiere ser grande y entre sus planes está abrir una sucursal el próximo año.

Marino Pareja, natal de Ayacucho, llegó a Lima a los 12 años de edad con el objetivo de forjarse un futuro en la vida. Y así lo logró pese a los difíciles momentos por los que tuvo que pasar para tener su propia pastelería llamada Cosmos, ubicada en La Campiña de Chorrillos.

Terminó la secundaria y el siguiente paso era postular a una universidad nacional, pero algo inesperado ocurrió, lo cual le afectó mucho. Se enteró de que su padre, quien se encontraba en Ayacucho, fue asesinado a causa del terrorismo, una huella muy triste e imborrable para muchos peruanos.

Pero nada lo detuvo
Marino decidió sacar fuerzas y seguir para adelante. Por ello se convirtió en un “mil oficios” y se las buscó por todos lados para ganar dinero. Trabajó en una fábrica de fideos, en otra de bicicletas, hasta incluso de vendedor de golosinas.

Pero un día su vida cambió y eso ocurrió cuando fue a visitar a su primo que vivía en Villa El Salvador, donde se dio con la sorpresa de que este familiar tenía arrinconadas, en un lugar de su casa, unas máquinas que servían para hacer pan.

Aprovechando la experiencia del primo, empezó a preparar pan en esas máquinas. Marino había logrado algunos ahorros de sus anteriores trabajos por lo que ambos decidieron lanzarse al negocio con un capital de S/.300.

“La tienda que abrimos no estaba ni tarrajeada y en la inauguración solo preparamos 50 panes con un kilo de harina, y se acabaron rápido ya que a la gente le encantó nuestro producto. Todo iba bien, pero casi al año decidí separarme del negocio porque mi familiar empezó a excederse con el licor. Él se quedó con el negocio pero yo me llevé lo aprendido”, recuerda Marino.

Es así que Marino decide recurrir a sus hermanos y les propone el negocio de la panadería. Nuevamente empezó desde cero con un pequeño horno hecho de ladrillo. Allí comenzó a preparar sus ricos panes. El éxito no se hizo esperar y ya con unos años en el negocio lograron abrir una panadería más y luego un minimarket.

Decide independizarse
Pero no todo es color de rosa, pues comenzaron los problemas entre hermanos. En ese momento es cuando de nuevo se separa del negocio y apuesta por independizarse, abriendo una panadería en el pujante distrito de San Juan de Lurigancho, la que solo le duró ocho meses ya que por motivos de deudas tuvo que cerrar.

Sin embargo, ese traspié no lo desalentó. En el 2006 persistió en abrir otro negocio: la panadería y pastelería Cosmos, y el éxito no se hizo esperar debido al empleo de buenos insumos y la buena calidad de su producto final.

Actualmente vende hasta 80 tortas diarias y los fines de semana puede superar las 100. 
Marino planea abrir una sucursal el próximo año, en el mismo distrito, pero esta vez incluiría también la venta de helados artesanales.

La historia de Marino es otra exitosa historia empresarial, ya que supo salir adelante, a pesar de las dificultades que se le presentaron, a través de un negocio y a la vez es admirable su persistencia, pues pretende crecer empresarialmente.

"Hermosos sombreros, fuentes de éxito"

Historia de lucha. La artesana de 37 años tuvo que dejar el colegio para ayudar a su familia. Juana Solano Chávez desde los 12 años teje hermosos sombreros de paja toquilla en su natal Catacaos, Piura. Nunca imaginó que terminaría exponiendo y abriendo mercado para su arte en Washington, Estados Unidos.

Los delgados dedos que Juana Solano Chávez posee son la mejor herencia que su madre le pudo haber legado antes de morir. Cada dedo se mueve desde los 12 años en perfecta coordinación con los demás hasta crear hermosos sombreros de paja toquilla. Sombreros tan piuranos y tan naturales como la propia Juana.

Su destino estuvo trazado desde su nacimiento. Nació en Catacaos, capital de artesanos, hace 37 años, y desde entonces lleva en la sangre el popular arte norteño. Pero no siempre fue fácil. Como todo artista, tuvo que practicar innumerables veces para dejar de ser un diamante en bruto y alcanzar la perfección.

Aún recuerda con nostalgia el primer sombrero que sus dedos tejieron. “Demasiado grande, demasiado tosco, y sin ninguna forma, pero mi madre me dijo que alguien me lo tendría que comprar”. Y efectivamente, después de pasearlo por varias horas en la plaza de la ciudad un hombre se lo compró a S/.5.00.

Fue lo primero que ganó como artesana. En esa época, en su casa había mucha necesidad, tanta que tuvo que dejar el colegio a los 12 años para, al lado de su madre, aprender el bello arte del tejido de sombreros. No se siente mal, porque sabe que aprendió algo mucho más grande.

Juana se casó a los 19 años con un joven músico de 23. Dejó la casa de sus padres, pero no su entrañable Catacaos. Siguió tejiendo sus cada vez más finos sombreros, y él tocaba con su banda de amigos cuando la oportunidad se presentaba. Para esa época, cada uno de sus sombreros se vendía en no menos de S/. 70.

Los hijos empezaron a llegar y con ellos las obligaciones de madre. Tuvo que dejar de producir sus sombreros por tres años, pero al cumplir los 25 y con varias necesidades económicas encima volvió a tejer sus hermosos y tradicionales sombreros, pero esta vez con la ayuda de su esposo.

Los años pasaron y las oportunidades llegaron. “En el 2004 entre las artesanas de la zona decidimos agruparnos, éramos 34 y al ver el ejemplo de otras asociaciones a las que les iba muy bien, nos animamos y fundamos la Asociación Virgen del Pilar”, relata.

El poder de la unión
Afirma que en un inicio las cosas no iban bien. No tenían mercado, ni una organización sólida. Juana cuenta que en una charla de capacitación conoció a representantes de la Fundación Romero. Desde ese momento su arte y el de sus compañeras adquirieron otra dimensión.

Juana pudo viajar a la feria “Exhibe Perú 2008” que organizó la citada entidad en Lima y solo en la primera semana vendió todo lo que llevó. La acogida fue tal que tuvo que pedirle a su esposo que envíe más artesanías. Juana aprendió que cada uno de sus sombreros valía más de S/.120.00.

Desde ese contacto con la capital, Juana no dejó de participar en cuanta feria se presentaba. La belleza de sus sombreros era apreciada por todos, y en diciembre de 2009 ganó el concurso del “Sombrero Fino” que organizó la municipalidad de su ciudad. No lo pudo creer, había ganado un viaje a Washington para exponer su preciado trabajo.

Los sombreros de Juana se internacionalizaron. Vendió los 30 que llevó, pero esta vez a no menos de US$ 120 cada uno. “Nunca imaginé que la artesanía peruana fuese tan querida por allá”. Pero Juana sigue humilde, pues la hermosura de sus sombreros sería apreciada en cualquier parte del mundo.

La historia de Juana es una exitosa historia empresarial que nos muestra cuán importante es usar nuestra creatividad (cualidad muy desarrollada en el peruano) para sacar adelante un negocio demostrando así que no existe obstáculo alguno que nos impida alcanzar nuestros propósitos.

sábado, 28 de agosto de 2010

"Endulzando la vida con los churros"

Sueño. La historia de compromiso de Inés Cherres. La historia de Inés Cherres, quien impidió que un sueño de más de medio siglo muriera. Y para suerte de los limeños, sigue viva la tradición.


Un churro caliente de San Francisco tiene más que un corazón relleno de crema pastelera. En su interior, se hallan también los recuerdos y sueños de una mujer dulce pero con una determinación implacable: Inés Cherres, una hacedora de churros, que deseaba tener un negocio propio y lo obtuvo entre bolillos de harina, onzas de perseverancia y chorros de gratitud.

Su historia de emprendimiento nace de la mano de Don Ramón Falco, un español que vino desde pequeño a tierras incas para hacer lo que mejor sabía: pasteles, tostadas y churros. Era tal el entusiasmo de aquel europeo por su trabajo, que incorporó a su creativa preparación churrera la mejor arma para doblegar los estómagos limeños: un relleno a base de huevo, leche, maicena y mucha azúcar.

Así surgió Los Españoles, un huequito capitalino de los cincuenta, en el que se exhibían los mejores churros españoles de sabor nacional. A ese lugar llegó Inés Cherres, con 17 años y muchas ganas de trabajar.

Una vida dulce
Inés no era exactamente el prospecto de alguien que podía darle con la masa durante media hora, ni tampoco tenía la imagen de una experta vendedora. Pero tenía el ímpetu de toda novel. Deseaba ganar su dinero propio y valerse por sí misma. Eso fue lo que vio Don Ramón en ella y por eso la aceptó en el puesto de churrera.

Amaba lo que hacía y estimaba mucho a Don Ramón, pero aún así decidió abandonar su trabajo, mas no su conexión con él. Y a pesar que se fue a otra empresa, apoyaba al español en cada feriado que se aproximaba. Así estuvo durante casi veinte años.

Vientos malos
En el 2001, un derrame cerebral se llevó a Don Ramón Falco. Su esposa Rosa se hizo cargo del negocio e Inés, por su parte, decidió comprometerse de por vida con la churrería de su noble empleador. “Era muy bueno con nosotras, nos trataba bien y siempre se preocupaba por nuestro bienestar”, recuerda ella.

Nueve años después, otra tragedia amargó el dulce camino de Los españoles: Doña Rosa, ya muy anciana, perdió el local del jirón Junín, en el centro de Lima, donde se hallaba durante más de medio siglo el puesto de churros rellenos. Descuido o pena, ni sus empleadas lo supieron. Sin embargo, de ese hecho nació una gran oportunidad.

Mirar hacia el futuro
Una tragedia no iba a detener los planes de Inés. Así que materializó lo que tenía en mente hace años: un negocio propio... y entonces brillaron sus ojos de la emoción.

Un mes después de la pérdida del local y de la mano de su amiga Roxana Icanaqué fundó San Francisco, la prolongación de la dulzura de Don Ramón en manos de su discípula.

Hoy, gracias al apoyo de amigos y familiares, este sueño es posible. Los churros San Francisco existen y continúan gustando a grandes y chicos porque como dice Inés, aunque la marca no sea la misma; la receta, la calidad, las manos y el gusto por la vida dulce, son las de ayer.

La historia de Inés es una exitosa historia empresarial,  es una muestra de cómo el emprendimiento nos ayuda a vencer los diversos obstáculos y superarnos. Esta historia nos motiva a no renunciar a nuestros sueños, sino a luchar para hacerlos realidad. Pues si en realidad queremos llevar acabo lo que nos propusimos alguna vez, no habrá nada ni nadie que nos lo impida. Esta lección nos ha dado Inés con su admirable historia.